Lo dijo Obdulio Varela, capitán de Uruguay e ideólogo del Maracanazo: “Esos tigres nos hubieran comido de haberles servido el bocado muy rápido”. Bien, don Obdulio, pues a nosotros nos comieron. Diría que fuimos el invitado perfecto, el rival soñado por Brasil para lucirse, el niño que se ahoga en llantos en cuanto pierde el balón. A esta hora, no hay más consuelo que la revancha del próximo Mundial. Hasta entonces, usted disculpe don Obdulio.
El guión del partido valdría como letra para una canción de Bossa Nova, tan festivo fue. El primer gol nos lo marcaron con el himno. El acto protocolario se convirtió en jugada de estrategia en el instante en que cesó la música y tanto público como jugadores corearon a pleno pulmón las últimas estrofas. El efecto de reunir a 180.000 personas gritando “patria amada” fue inmediato: gol de Fred en el primer minuto. Gol absurdo, plagado de accidentes y rebotes. También de alguna negligencia defensiva. Tampoco ayudó Casillas. Al final, Fred, delantero muy poco exquisito, marcó desde el suelo y provocó el delirio de Maracaná.
El eco del himno se alargó durante toda la primera parte. Si España no tenía ideas era porque apenas podía respirar. Cuando no nos condenaban nuestras imprecisiones, eran las patadas brasileñas las que interrumpían el rondo, siempre con la complacencia del árbitro. El ambiente nos quemaba las pestañas. El partido parecía un rodeo y la Selección un jinete dislocado; no luchábamos por ganar el Grand National, sólo por sobrevivir. La superioridad física de Brasil era tan abrumadora que anulaba otros debates. No encontramos antídoto contra esa combinación de entusiasmo y agresividad.
Imagino que fue la confusión la que nos hizo perder de vista a Neymar, craso error. Al cuarto de hora, Arbeloa vio amarilla por atraparle en una contra. Poco después, Neymar le mandó un pase a Fred que era medio gol. Al rato, provocó una falta en la frontal. Y por fin, a punto de cerrarse la primera mitad, marcó el segundo. La pasividad de la defensa hizo que la jugada pareciera eterna. La acción la empezó Neymar, la continuó Óscar y la remató Neymar, después de entrar y salir de nuestra cocina y curiosear en la nevera. El remate, por cierto, fue sublime: zurdazo por la escuadra. España sólo podía animarse con un chut de Iniesta y un tiro de Pedro que Luiz David sacó bajó palos. Poca cosa. El himno nos había dejado sordos. Y mudos.
La segunda parte se unió a la primera como si no hubiese existido el descanso. A los dos minutos, volvió a marcar Fred. Esta vez el desastre fue coral, del mediocampo al portero. Neymar, de nuevo, dejó su huella: primero convocó a los defensas y luego dejó pasar el balón. Entre los méritos infinitos de Neymar está haber conseguido que Fred parezca bueno.
El penalti a Navas, recién entrado, fue un espejismo. Ramos, ansioso, lo echó fuera. Ni los muy soñadores tuvieron tiempo de soñar algo bonito. Maracaná no daba crédito. Se escucharon olés y Piqué fue expulsado por derribar a Neymar. El resumen es cruel. España termina donde empieza Brasil. O tal vez sea al revés. AS
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