a historia del fútbol brasileño, la más ganadora de las copas del mundo organizadas por la FIFA desde 1930 (cinco títulos), me indujo siempre a pensar que con el derroche de talento y producción a raudales de sus grandes valores en todas las épocas, la verde amarilla nunca tuvo la necesidad imperiosa de ceñirse de manera condicionante a la presencia de uno u otro director técnico en el banquillo, porque Garrincha, Pelé, Zico o Romario fueron jugadores que pulverizaron cualquier estándar de “normalidad” en materia técnica y táctica, y por ello con o sin Mario Zagallo entrenando al equipo, (México, 1970 y componente de los cuerpos técnicos de 1994 y 2002) lo más probable es que los rotundos éxitos igual habrían llegado con algún otro profesional de la dirección técnica.
Por su identidad y características de juego, son selecciones como la italiana, por ejemplo, las que basan en gran medida los objetivos de triunfo en el férreo dibujo táctico en el que las obligaciones les ganan por amplio margen a las libertades, y así los azzuri han conseguido para sus vitrinas tres títulos, utilizando otra ruta para llegar al mismo objetivo, con la diferencia que plagada de prevenciones y cálculos, y subordinando los riesgos del juego que implica la posesión del balón y la iniciativa ofensiva.
Cuando Luis Antonio Venker de Menezes, más conocido como Mano, fue anunciado como reemplazante de Dunga en la dirección técnica de la CBF, el periodismo brasileño anunciaba con tambores la llegada de un conductor plenamente sintonizado con el llamado jogo bonito y que estaba garantizado el retorno del fútbol sustentado en el talento para tratar el balón como si todos los pies de sus futbolistas fueran guantes de prestidigitador. Así llegó Menezes y con la irrupción de Neymar en el Santos quedó corroborado eso de que los malabaristas de la pelota suelen hacer lo que les da la gana en el campo sin importarles cuánto garabatean los trazados de pizarrón de los estrategas, como si vivieran siempre en la playa y de cara al sol. A propósito de esto último, el gran lateral del Barcelona Danny Alves dijo recientemente que la nueva estrella del fútbol brasileño, y algunos jóvenes valores como Pato y Ganso, necesitan de la experiencia europea para compaginar su incomparable calidad técnica con un funcionamiento colectivo que permita maximizar sus cualidades y su capacidad para producir lo inesperado en el juego que termina marcando la diferencia.
Pues bien, algo no marchó en la andadura de Menezes al frente del scratch y hace una semana se decidió su alejamiento para sustituirlo por dos históricos, Carlos Alberto Parreira, campeón del mundo en USA 94, nombrado coordinador, y Luis Felipe Scolari, campeón en Japón/Corea 2002 que retorna como seleccionador luego de una trayectoria importante de la que destaca su tarea al frente de la selección de Portugal entre 2004 y 2008.
Apenas retornado a su antigua y querida casa, Felipao ratificó su estirpe: “Es una obligación ganar la copa que se juega en 2014”. Y aquí la palabra obligación es la clave para comprender su ideario de juego, más cercano por cierto a lo que hiciera Dunga en Sudáfrica 2010 que a lo que intentaba construir Menezes, así que preparémonos para ver a un Neymar que estará obligado a abstenerse de piruetas, —así debe leer sus evoluciones Scolari—, y admitir que tendrá que ataviarse en algún momento de un corsé que lo ayude a reprimirse de la caótica libertad con la que se desempeña en el Santos para pasar a asuntos mayores vinculados al imperativo de ganar, aunque para ello sea necesario subordinar la infinidad de gambetas a la practicidad de llegar en el menor tiempo posible a la portería rival, economizando la traslación y el toque, aquello que ha distinguido nítidamente al Brasil del resto durante más de cinco décadas.
Parreira desde afuera y Scolari en la cancha tienen una dilatada experiencia como para medir la cantidad de pasos decisivos que se debe dar para lograr una Copa del Mundo y si para ello hay que dosificar la propensión a la fantasía porque así determina el técnico que se modelara el espíritu ganador de 2014, así será, sin lugar a discusión posible o a debate interno, debido a que los generales de las batallas decisivas en las más importantes guerras jamás apuestan a la aventura, sino a la victoria con insignificantes márgenes de error. Otra cosa es que vuelva a suceder que el genio y sus socios puedan arreglársela para sortear los controles policiacos desde la línea de cal a fuerza de magia emparentada con la eficacia.
Este contexto hace prever que Brasil rediseñará su trayecto para buscar la obtención del sexto título de su historia, ratificando su ventaja de ser la única selección nacional que ha participado en absolutamente todos los torneos y que volverá a hacerlo después de 62 años en casa propia con el trauma nunca superado del Maracanazo formidablemente asestado por los uruguayos en 1950.
La pregunta clave pasa entonces por cuál será finalmente la tónica con la que deberán conectar Scolari, secundado por Parreira, con Neymar, que vendría a ser algo así como el portaestandarte y vigoroso heredero de lo hecho por sus legendarios antecesores, incluidos Gerson, Jairzinho, Tostao, Rivelinho, Falcao, Rivaldo, Ronaldo y Ronaldinho Gaúcho, para constatar, otra vez, hasta qué punto el ginga brasileño, ese movimiento danzístico que hace a sus jugadores casi de otro planeta, puede volver a sentar presencia como para pensar en serio que no importa quién será el director de orquesta, si los intérpretes son más parecidos a Mozart que a Salieri.
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